jueves, 5 de mayo de 2011

Segundo Parto

No, no me refiero a la segunda vez que traje al mundo a una criatura. Me refiero a la segunda vez que hay que desligarse de cada uno de nuestros hijos e hijas. La primera hay que expulsarles de nuestro cuerpo y cortar ese lazo real y físico que nos unía. Para que crezcan, para que aprendan, para que te sonrían desde fuera. La segunda hay que expulsarles de nuestro control y cortar ese lazo real y no físico que nos acorta los movimientos, tanto a ell@s como a nosotras. Para que su propia vida sea suya por completo.

Como decía en la entrada anterior: es una renuncia a educarles. Es reconocer que esa fase, la educación, está terminada, lo que se hizo, se hizo y lo que queda pendiente no es cuenta nuestra. ¿Parece banal? Pues es duro, muy duro. Es doloroso. Hay momentos en que, al igual que en el parto físico, quieres abandonar, desistir, rebobinar al estadio anterior.

Ahora toca mirar como tus hijos hacen cosas que parecen catastróficas y quedarte en tu sitio, sin correr a enseñarles cómo hay que hacerlo, o incluso hacerlo en su lugar. En realidad, sólo quieres volcar toda tu experiencia de la vida, esa que tantas tortas te ha costado, para que tus hij@s no tengan que pasarlo mal. Para que se lleven el trabajo hecho. De repente, el tiempo apremia: están empezando a querer volar por su cuenta. ¿Dónde van? Se lanzan desprotegidos al mundo, dejándose en casa la armadura que minuciosamente les habías construido con tu propia experiencia.

Es descorazonador. Desde lo más cotidiano hasta lo más decisivo, todo nos parece imprescindible: que aprendan a amasar las croquetas con dos cucharas (que tú te has tirado hasta después de los cuarenta pringándote hasta el codo), o que aprendan a conseguir un crédito. Salen a la calle sin mirar si está lloviendo, dejan para el último momento preparar el viaje, el examen, la entrevista. Que pierdan la beca este año, que pierdan el trabajo, que acaben matriculados en unos estudios que no eran con los que soñaban... Pero, pero ¿no les habías estado educando durante años para evitar todo esto? Aún no son mayores de edad y ya no quieren escucharte. Para llorar. Y lloras. Y rabias. Y les montas un pollo y otro. O te lo montan a tí y te quedas alelada (pero si yo sólo le dije...)

Hay momentos, cuando imaginas que un peligro grande les acecha, en que crees que te vas a romper de dolor. Pues ahí tampoco puedes hacer más que retirarte un paso atrás y esperar, si acaso, que te pidan ayuda. A pesar de que crees que tu hijo o tu hija podría incluso morir, y a pesar de que el sólo roce de esa idea te hace enloquecer.

No hablo de fantasmas, sino de cosas reales. La adolescencia es tiempo de jugar en la frontera. De tontear en el límite entre unas copas de más y el coma etílico, de jugar con la moto demasiado cerca del bordillo, de hacerse héroes de la patria, de tener un enamorado que te dice que no puede vivir sin tí y te lo demuestra con gritos cuando hablas con los amigos de la panda, de salvar tu alma en una secta destructiva, de perder el norte, de perderte en una pandilla.

Igual que en el parto físico no sabes qué va a pasar. ¿Y si se tuerce algo en cualquier momento? No es un miedo absurdo: las madres y los hijos mueren en los partos, o sufren lesiones graves. Y en este segundo parto la incertidumbre es similar: tenemos tantas noticias de jóvenes dañados. Y no hay garantías de que todo vaya a salir bien. De hecho, todo saldrá como tenga que salir.

Probablemente muchos de estos peligros no lleguen a materializarse nunca, pero es seguro que nos tocará ver durante años como nuestros hijos se debaten contra las propias luchas de su vida. Exactamente igual que nos ha pasado a nosotros. Es el “si yo hubiera sabido antes...” o “si yo hubiera escuchado a ...”

Podremos estar ahí por si nos llaman. Acompañándoles con todo respeto, igual al que tendríamos con una amiga que se mete en una relación imposible, o en una hipoteca delirante. Y cuidado con dar un consejo no solicitado.

Y ahora quiero decir que esta etapa me parece tan necesaria y tan hermosa para que la vida siga adelante. Creo que las mujeres que hemos dado a luz tenemos la experiencia de saber que el del parto es diferente a cualquier otro sufrimiento. Inaugura un paradigma: el del dolor intenso pero productivo. No creo que haya otra cosa igual. Cualquier otra experiencia de dolor (una lesión, una enfermedad, una pérdida) puede ser reconducida y aprovechada para conseguirnos un bien mayor, sin embargo, en sí no añade nada. Pero en el parto, de por sí, ponemos en marcha la vida. Y yo estoy convencida de que en esta segunda ocasión completamos definitivamente el trabajo.

No he hablado aquí de los padres, que pasan con nosotras las mismas fatigas, a la manera de padre claro está. Como yo soy mujer y sólo puedo hacer suposiciones, mejor que eso lo cuenten ellos mismos, con su propia voz.

Y ahora aviso que yo aún estoy en el proceso, a ver si alguien va a creerse que soy toda una experta.

7 comentarios:

  1. Ave Pipa.
    Vaya, tengo la sensación de estar viviendo éste comentario una y otra vez atrapado en el día de la marmota y no sé el porqué. Bueno a lo que iba. Yo no me siento madre, pero sí padre y como tal me he inquietado/angustiado cuando alguno de los "peques" ha salido y no avisa de que llegará tar y, claro, llega tarde. Pero suelo hacer una cosa que me funciona bien y es pensar que antes que padre fuí hijo. Más que hacer un ejercicio en el que me reconozca en mis padres, de lo que se trata es de reconocerme en mis hijos. De esa forma me reconforto solito solo. Y bueno, ya lo dejo que mi mujer me está metiendo prisa para hacer no se qué (no me he enterado).
    Saludos.
    Manuel

    ResponderEliminar
  2. Querida Pipa, qué bien retratas la realidad de la maternidad, y sobra decirte que yo estoy pasando por eso, pero al final, entendemos que nosotros fuimos hijos, y alguien confió en nosotros, nuestros padres, a los que les hemos dado muchos dolores de cabeza. Confiemos en ellos y en lo que les hemos inculcado desde el nacimiento, ellos saldrán adelante. Un beso. Miss Gina

    ResponderEliminar
  3. Manuel: ¡Qué bonito truco para reconfortarte! Pero ¿a veces no te sientes desdoblado? Me imagino que te imaginas echándote a tí mismo una bronca monumental... jeje,

    Pepa: Estooo... ¿es a mí? Muchas gracias, Pepa. Tus palabras son un subidón para esta novatilla.

    Miss Gina: Sí, confianza. En ellos, y en nuestra propia labor. Besos y seguimos en la brecha.

    ResponderEliminar
  4. Quizás lo más difícil es eso precisamente, el entender que nuestr@s hij@s se han hecho adult@s, que son personas independientes de nosotras; que están preparad@s para tomar sus propias decisiones y para equivocarse o acertar. Y que nosotras nos tenemos que quedar en la retaguardia, haciendo de algodón o de cojín por si podemos aliviar sus caídas... Pero también estamos para celebrar sus triunfos, sus logros y poder sentirnos orgullosas de lo que hemos ayudado a crear, esas personas maravillosas que salen al mundo para aportar todo lo que tienen. Somos grandes Creadoras, no crees?
    Ha sido fantástico leer este parto.

    ResponderEliminar
  5. Mari Princess: me gusta lo de Creadoras. Mmmmm, voy a paladeármelo.

    ResponderEliminar
  6. Pepa:
    Me uno completamente a tus palabras. Pero de verdad es muy difícil darte cuenta de esto que comentais y no siempre te ayuda pensar en que nosotros fuimos jóvenes porque cuando yo pienso en eso, en mi juventud, sabía lo que pensaba y lo que hacía o decidía lo veía en primera persona pero de verdad no se que les pasa por la cabeza a ellos y eso es lo que me asusta, no decir la palabra adecuada o no hacer o hacer demasiado....

    ResponderEliminar