martes, 11 de octubre de 2011

OPTIMISMO EN TIEMPO DE CRISIS



Ya sabéis que soy muy de tele. La veo poco, pero cuando está encendida me obnubila. Lo mismo me da una peli boba trufada de anuncios, que un programa de concursos. Yo es que creo que de niña me pusieron tele en el biberón, eso debe se ser. Esta vez fue el telediario. Era verano y los periodistas aprovechan que el calor baja las defensas para colárnosla a lo grande. Pero ya me decía mi profe que hay que desarrollar el espíritu crítico, y entre que estoy avisada y que soy perspicaz-perspicaz, cuando escucho una noticia me pongo alerta total. Bueeeno, lo confieso, sólo en los casos más flagrantes de tonterías y meteduras de pata se me activa mi sexto sentido, el resto me lo creo, que para eso nos lo cuentan tan formales.

Y tan formalita, la presentadora nos habló, hacia el minuto 43 del telediario, de un estudio sobre la felicidad cuyas principales conclusiones son algunas como esta: “Quienes son felices sufren menos depresión, insomnio y enfermedades cardiovasculares”. Y yo lo primero que hice fue echarme a reír, creyendo que introducía una noticia cómica. Vamos que no me hubiera reído más si lee: "Un estudio científico del Massachussets Institute of Technology revela que la mayoría de las personas que tienen más dificultades para llegar a fin de mes, son las que cobran los sueldos más bajos”.

Así que las personas felices sufren menos depresión ¿eh? Vamos, vamos, vamos. Esto no sé si vendrá avalado por el Instituto Acientífico de Perogrullo, habrá que investigarlo a conciencia, porque si bien aún no está muy claro como definir la felicidad, sí sabemos de buena tinta que en una depresión gorda no cabe una gotita de felicidad.

Para ilustrar la afirmación, los periodistas nos muestran a continuación las imágenes de un hombre joven que dice:
-“La salud influye, he dejado de fumar y me siento mucho mejor”
Y una señora mayor remacha:
No soy feliz porque estoy enferma”

Ojito. Que ya les he pillado (ya os lo digo: perspicaz-perspicaz). Nada de: “como soy infeliz, estoy enferma”.
Así, una vez bien reventadas las conclusiones del estudio por unas afirmaciones que colocan en su sitio la causa y el efecto (la buena salud ayuda a ser más feliz), e ignorantes de este golpe a traición que acaban de asestar a su trabajo, los investigadores salen en pantalla con aserciones vagas y vueltas del revés como “Todos los problemas de salud están más presentes en el grupo de los menos felices”. Y un señor que aparece con el titulo de “Director del instituto de la felicidad”, que, ese sí, parece muy feliz, cierra diciendo: “Que la felicidad se trabaja, el cerebro se acostumbra a los buenos momentos y que de todos depende ser más felices o menos.” Lo que es un pensamiento digno de ser hecho noticiable y aparecer en todos los informativos.

Me pareció que estaban algo mustios los científicos. Rascando un poquito averiguo que han realizado todo el estudio bajo la influencia de una bebida gaseosa, semejante a la zarzaparrilla, que probablemente les ha afectado de forma irreparable. Acabáramos. Los pobres, secuestrados, obligados a beber incesantemente ese néctar dulzón y burbujeante para producir en una tormenta de ideas, frases tan memorables como: “La felicidad es muy bonitaaaa”. No sé si algún día volverán a ser los mismos que fueron.

Me gustaría decirles a estos pobres que, cuando una persona que arrastra una enfermedad larga y penosa se da el lujo de ser feliz, lo hace en contra de todo lo que ha aprendido en esta sociedad (“mientras haya salud...”), en contra de lo que le dicen cada día sus huesos y sus vísceras, en contra de la cara que le ponen los familiares y amigos que la quieren. Es una conducta heroica. Y es demasiado pedir obligarse a ser feliz entre grandes problemas personales. Aunque sea una necesidad recoger lo que puedas del naufragio para empezar a reconstruir de nuevo tu bienestar, tus ilusiones y el placer de estar viva.

Y de lo buena que es la felicidad para la salud, llegamos a la obligación de ser optimistas. Es una consigna en nuestra cultura: ¡Sé optimista!, se dice, como si el optimismo fuera un músculo que se pueda ejercitar. Ahora bien, frente a lo que parezca, el optimismo no es una actitud ante la vida, sino un sentimiento.

Bueno, aquí voy a hacer un inciso y una explicación: los sentimientos son un estado de cuentas, un balance por el que me informo a mi parte consciente de cómo me van las cosas. Me siento triste, rabiosa, ofendida, alegre.... me lo cuento a mí misma y tengo una valiosa información con la que actuar. Me siento optimista si tengo el íntimo convencimiento de que la marcha de mi vida tiene un buen rumbo, de que todo va a salir bien aún a pesar de que surjan dificultades. Y este balance, o lo hago con datos fiables, o me estoy estafando (aunque si me despido a mí misma por quebrar mi estado de ánimo, lo haré con una indemnización millonaria, que de la tele, lo digo siempre, se aprende mucho).

¿Qué pasa si no me siento optimista? Quizá veo fuerzas amenazadoras en el exterior, tan grandes que no puedo evitar que me hagan daño. ¿Incendio, explosión, sunami, guerra? A veces basta con mucho menos para devastarnos: una enfermedad, estar en paro, la cólera del jefe; todo lo que importa para que lo vea con pesimismo es que no pueda controlarlo y que no tenga los recursos para evitar que me salpique. Porque si no puedo impedir que llueva, sí puedo abrir un paraguas. Hay un juego entre lo que pasa fuera, en el mundo, y lo que me pasa por dentro, aquéllo con lo que cuento. Y el resultado de esa evaluación, en forma de sentimiento, ese balance, es lo que se me presenta como optimismo o pesimismo. Entonces, si no me siento optimista, puedo optar por cambiar algo, moverme, salir corriendo, poner una ficha nueva sobre la mesa.

Realmente, más que divertida, estoy enfadada por todas estas “buenas” recomendaciones de sé feliz y sé optimista. Me enfado y me enfado, hala, que parece que nos quieren tomar el pelo, como si no fuéramos felices ni nos sintiéramos optimistas porque hemos practicado poca musculación mental y al fin tenemos lo que nos merecemos.

Pero a mí, que en la vida no tengo otro afán que ser feliz, y estoy más feliz cuando me siento más optimista, se me da una higa de las tonterías antedichas. En lugar de recitarme una y otra vez “me siento muy feliz”, voy a poner en práctica mi secreto número tres para la felicidad, que consiste en buscar cada día un rato para divertirme. Y aprovechando que he actualizado mi lista de blogs, me voy a hacer una visita a éste y a éste, en los que tengo la diversión asegurada. Todo el mundo está invitado. Pago yo.

viernes, 17 de junio de 2011

Viaje al mundo emocional a través de un pepino


Voy a saltarme de un salto -¡hop!- todos los chistes que giran en torno a pepinos y voy a aterrizar en el mundo emocional.

Recuerdo que una mañana me levanté -nos levantamos todos- con la noticia de que Alemania acusaba a los pepinos españoles de ser los causantes de una epidemia mortal. ¿Lo sentí yo sola o realmente fue el país entero el que se sintió injustamente vejado? Busquemos un nombre para ese arranque visceral que nos hizo temblar ante la acusación de pobres, tercermundistas y dañinos: nos sentimos ofendidos, profundamente ofendidos.

Respiré. Soy de la opinión de que tenemos que ventilar las emociones, o corremos el riesgo de que nos devoren por dentro. Mi enfado hacía que las ideas bulleran en mi cabeza, lo que suelo resolver arrojándoselas al locutor que da la noticia, ante el aburrimiento general de mi familia.

Inciso: Bueno, ¿y qué pasa si es cierto? ¿Qué, si no es una conspiración de los mercados contra los agricultores españoles, una acusación precipitada desde la perfección tecnológica absoluta?

Dos días después de iniciada la crisis de los pepinos, e inmersa en el sentimiento de agravio que la televisión y los periódicos iban alimentando en todos nosotros, dolida en los agricultores almerienses y el sector hortofrutícola entero, cuando ya empiezo a preguntarme si no estaré viendo sólo una cara del asunto, me llega un correo de una amiga. Son titulares e informaciones breves de un periódico alemán en las que se hace hincapié en que España no está teniendo una actitud responsable en esta crisis, no está investigando si “sus” pepinos están limpios, y en cambio, Alemania está siendo organizada y coherente, estudiando diversas posibilidades, entre ellas que la culpa es nuestra. Por debajo de la educada compostura informativa me parece percibir la crítica despiadada. Y un toque de atención de mi amiga, que no es española, para que me fije en nuestro modo de hacer chapucero de “Españoles, mañana”, como dicen en su tierra. Bueno, tengo lo que quería, ¿no? Otro punto de vista. Pero me molesta. Cabe replantearse si es cierto que -como nos reprochan en la noticia- no estamos haciendo los análisis adecuados en España.

Respiremos de nuevo. Ya que no de vegetales crudos, tenemos para comer ensaladilla de emociones. ¿Nos han pillado sin hacer los deberes? ¡Ah!, deprisa, hay que demostrar que no fuimos nosotros, o al menos, que tenemos bajo control todas las fases del problema. ¿Vergüenza? Sí, a ratos. Vergüenza indignada también, porque queremos reivindicar que hace años ya que somos europeos, que sabemos aplicar muy bien los controles sanitarios y de calidad. Que no estábamos haciendo la siesta, vaya. Mirad nuestros laboratorios y nuestras batan blancas, esto puede ocurrir en las mejores familias.

Cuando contesto a mi amiga -cuatro días después, para buscar la cordura que aún me quede por debajo de mis emociones- ya los alemanes han reconocido que no han encontrado la bacteria maligna en nuestros pepinos. ¡Victoria! Hay que levantar la cabeza y hacer gala a la vez de que somos víctimas y de que hemos vencido. Teníamos razón. Eso dijo la ministra de agricultura española. Mientras escribo mi correo, sin poder evitar hacer una alusión sangrante a la injusticia cometida contra “nosotros”, me viene a la cabeza que ya hay más de una docena de muertos, y varios cientos de personas infectadas. Deberíamos estar doliéndonos de eso. Tanteo mis emociones: ningún dolor. Pero mi cabeza me dice claramente que nos hemos (mi cabeza y yo) olvidado de algo tan importante como las muertes. Añado al correo hago una pequeña referencia a ello. Soy sincera: pienso -aunque no los sienta- en los muertos.

Hay personas que han perdido la vida y que han dejado a familiares y amigos consternados. Pero están lejos. Estar del otro lado de la línea que delimita el “nosotros” es como estar en otro planeta, en una realidad virtual, en un documental de otro tiempo. Aquí, nosotros, dentro de nuestra línea geográfica, viendo las mismas cadenas de televisión y suscritos a las mismas compañías de electricidad. Allá están ellos, con sus acusaciones y sus impedimentos para importar verduras.

En mi indignación me he sentido más española que humana; me ha pesado más el daño causado a la imagen de los españoles, siempre atados al tópico del atraso, que el dolor de los habitantes de una Europa perfectamente comunicada y por ello, perfectamente vulnerable al contagio.

Me gustaría empujar hasta hacer más alto y más ancho el concepto de nosotros, hasta lograr que nos incluya a todos. Y que también “ellos” lo vean así.

Y me encontré con estos versos de un poeta ruso, desconocido para mí, a quien Rosa Mª Artal dedicó una entrada hace unos días (http://rosamariaartal.com/2011/06/07/los-tiernos-punitos/)

Viajando por Sudamérica, una noche a las orillas del río Amazonas en Leticia, Colombia, vio que ardía un tremendo incendio al otro lado, en la ribera sur del río. Preguntó a sus amigos si no debían todos cruzar el Amazonas para ayudar a apagar el fuego. Le contestaron: “No importa, es del lado peruano”. A consecuencia de ello, Yevtushenko escribió un poema en castellano:

No hay lado colombiano
No hay lado peruano
Solamente hay lado humano”*

*Wikipedia: (http://es.wikipedia.org/wiki/Yevgeni_Yevtushenko)

domingo, 15 de mayo de 2011

Malas Inclinaciones

Quizá es que soy mujer de malas inclinaciones y me lo he ocultado incluso a mí misma.

A la derecha, los títulos cambiantes de dos o tres páginas de las que tengo enlazadas no hacen más que escupir indecentemente la palabra “feminista” y no sé como taparlas un poco y hacerlas callar, que una cosa es que yo las lea y comparta mucho de lo que dicen, y otra muy diferente es que se vayan dando cuenta por ahí de que soy feminista, que parece que es una cosa muy fea y yo no lo sabía. Lo juro. Juro que yo era ignorante de que para ser feminista hay que ser así de mala.

Me enteré viendo el otro día por casualidad un programa de telebasura. Volvía yo de apuntarme al paro – la verdad es que me vine un puntito decepcionada porque acababan de dar la noticia de los 4 millones novecientos mil y pensé: mira que si al meter mis datos en el ordenador, le salta un mensaje a la funcionaria que dice “es usted el visitante 5 millones y le ha correspondido un viaje a los Fiordos Noruegos” (o las Rías Baixas, tanto me hubiera dado)- Y ya me imaginaba a toda la oficina felicitándome efusivamente, confetti volando, abrazos y lloros de alegría. Pero nada. La funcionaria metió mis datos y lo que dijo fue: “le mandaremos una carta”. Hala; p'a casa.

Por donde iba... En fin, retomando el hilo: Estaba yo haciendo “asín” con el mando, un poco de záping (que yo jamases de los jamases veo realitys) y aterricé tontamente en un canal ignoto; en ese momento tuve que atarme el cordón de la zapatilla, que si no, yo hubiera pasado de largo con el mando; y escuché lo siguiente:

Hombre impresentable: (resumido) por culpa de que mi amante se fue de la lengua, tengo problemas con mi mujer, por lo que reclamo a mi amante una indemnización por daños y perjuicios.

Mujer indignada: ¡Por hombres como tú soy yo feminista!- Huy, me dije, yo, qué interesante, a ver qué tiene que decir (y entonces ya escuché aposta)

Hombre impresentable: Blablabla (ininteligible e interrumpido por la:

Mujer indignada: POR TU CULPA ODIO YO A LOS HOMBRES (así mismo, gritando). Por hombres que blablabla...

Estupor en la sala. En la mía. En la tele siguieron al lío como si tal cosa.

Luego, anuncios. De esos de mujeres: para las que retienen líquidos, para las que los pierden; para las estreñidas, para las (¡ejem!) pedorras; para las gordas, para las gordas; y para que las que, siendo flacas, se sientan gordas.

¡Ah!- me dije yo a mí misma, cuando reaccioné quince minutos después- A ver si no me he enterado yo bien de lo que es el feminismo. Igual me he saltado un capítulo del decálogo de la feminista. El de odiar a los hombres. Yo no sabía que había que odiarles, ¡Con lo que a mí me gustan!. (No se agolpen, caballeros, que ya tengo mis favores comprometidos).

Yo ya tenía mi cosita -cada uno se ata a las supersticiones que elige- cada vez que decía “soy feminista”, me tocaba con disimulo el labio superior por si ya me había salido bigote. Y, por nada del mundo lo repito tres veces seguidas delante de un espejo con una vela encendida, porque te vuelves desaliñada, fea y menopáusica. ¡Ay, señor; ¡que va a ser eso!, un descuido tonto de cualquier tarde aburrida.

A ver, a ver, dónde lo tenía yo. Aquí está. Los mandamientos de la feminista se resumen en dos:
Uno: defender la igualdad en derechos de las mujeres y los hombres
Y dos: defender que sea cada mujer quien decida en su propia vida.

Nada de odios, ni de rebajar a los hombres, ni de despreciarlos. Pero, alma de cántaro -le digo mentalmente a la Mujer Indignada- ¿de dónde has sacado tú que eso que sientes delante del Hombre Impresentable se llama feminismo?

Recobro la cordura. Va a ser que hay gente que oye campanas y no sabe dónde. 

Me temo que esta confusión semántica un día les llevará a esnifarse la sacarina y echar en el café un poco de estricnina. Total, como acaban en lo mismo que cocaína, pues eso. Pensando en el nazismo, ¿supondrán que el humanismo es el intento de exterminar a la humanidad?.

Lo constato: No tengo malas inclinaciones. Lo que hay es mucho despiste. O ignorancia. Mucha.

jueves, 5 de mayo de 2011

Segundo Parto

No, no me refiero a la segunda vez que traje al mundo a una criatura. Me refiero a la segunda vez que hay que desligarse de cada uno de nuestros hijos e hijas. La primera hay que expulsarles de nuestro cuerpo y cortar ese lazo real y físico que nos unía. Para que crezcan, para que aprendan, para que te sonrían desde fuera. La segunda hay que expulsarles de nuestro control y cortar ese lazo real y no físico que nos acorta los movimientos, tanto a ell@s como a nosotras. Para que su propia vida sea suya por completo.

Como decía en la entrada anterior: es una renuncia a educarles. Es reconocer que esa fase, la educación, está terminada, lo que se hizo, se hizo y lo que queda pendiente no es cuenta nuestra. ¿Parece banal? Pues es duro, muy duro. Es doloroso. Hay momentos en que, al igual que en el parto físico, quieres abandonar, desistir, rebobinar al estadio anterior.

Ahora toca mirar como tus hijos hacen cosas que parecen catastróficas y quedarte en tu sitio, sin correr a enseñarles cómo hay que hacerlo, o incluso hacerlo en su lugar. En realidad, sólo quieres volcar toda tu experiencia de la vida, esa que tantas tortas te ha costado, para que tus hij@s no tengan que pasarlo mal. Para que se lleven el trabajo hecho. De repente, el tiempo apremia: están empezando a querer volar por su cuenta. ¿Dónde van? Se lanzan desprotegidos al mundo, dejándose en casa la armadura que minuciosamente les habías construido con tu propia experiencia.

Es descorazonador. Desde lo más cotidiano hasta lo más decisivo, todo nos parece imprescindible: que aprendan a amasar las croquetas con dos cucharas (que tú te has tirado hasta después de los cuarenta pringándote hasta el codo), o que aprendan a conseguir un crédito. Salen a la calle sin mirar si está lloviendo, dejan para el último momento preparar el viaje, el examen, la entrevista. Que pierdan la beca este año, que pierdan el trabajo, que acaben matriculados en unos estudios que no eran con los que soñaban... Pero, pero ¿no les habías estado educando durante años para evitar todo esto? Aún no son mayores de edad y ya no quieren escucharte. Para llorar. Y lloras. Y rabias. Y les montas un pollo y otro. O te lo montan a tí y te quedas alelada (pero si yo sólo le dije...)

Hay momentos, cuando imaginas que un peligro grande les acecha, en que crees que te vas a romper de dolor. Pues ahí tampoco puedes hacer más que retirarte un paso atrás y esperar, si acaso, que te pidan ayuda. A pesar de que crees que tu hijo o tu hija podría incluso morir, y a pesar de que el sólo roce de esa idea te hace enloquecer.

No hablo de fantasmas, sino de cosas reales. La adolescencia es tiempo de jugar en la frontera. De tontear en el límite entre unas copas de más y el coma etílico, de jugar con la moto demasiado cerca del bordillo, de hacerse héroes de la patria, de tener un enamorado que te dice que no puede vivir sin tí y te lo demuestra con gritos cuando hablas con los amigos de la panda, de salvar tu alma en una secta destructiva, de perder el norte, de perderte en una pandilla.

Igual que en el parto físico no sabes qué va a pasar. ¿Y si se tuerce algo en cualquier momento? No es un miedo absurdo: las madres y los hijos mueren en los partos, o sufren lesiones graves. Y en este segundo parto la incertidumbre es similar: tenemos tantas noticias de jóvenes dañados. Y no hay garantías de que todo vaya a salir bien. De hecho, todo saldrá como tenga que salir.

Probablemente muchos de estos peligros no lleguen a materializarse nunca, pero es seguro que nos tocará ver durante años como nuestros hijos se debaten contra las propias luchas de su vida. Exactamente igual que nos ha pasado a nosotros. Es el “si yo hubiera sabido antes...” o “si yo hubiera escuchado a ...”

Podremos estar ahí por si nos llaman. Acompañándoles con todo respeto, igual al que tendríamos con una amiga que se mete en una relación imposible, o en una hipoteca delirante. Y cuidado con dar un consejo no solicitado.

Y ahora quiero decir que esta etapa me parece tan necesaria y tan hermosa para que la vida siga adelante. Creo que las mujeres que hemos dado a luz tenemos la experiencia de saber que el del parto es diferente a cualquier otro sufrimiento. Inaugura un paradigma: el del dolor intenso pero productivo. No creo que haya otra cosa igual. Cualquier otra experiencia de dolor (una lesión, una enfermedad, una pérdida) puede ser reconducida y aprovechada para conseguirnos un bien mayor, sin embargo, en sí no añade nada. Pero en el parto, de por sí, ponemos en marcha la vida. Y yo estoy convencida de que en esta segunda ocasión completamos definitivamente el trabajo.

No he hablado aquí de los padres, que pasan con nosotras las mismas fatigas, a la manera de padre claro está. Como yo soy mujer y sólo puedo hacer suposiciones, mejor que eso lo cuenten ellos mismos, con su propia voz.

Y ahora aviso que yo aún estoy en el proceso, a ver si alguien va a creerse que soy toda una experta.

lunes, 2 de mayo de 2011

La Pepitilla

Ahora que he desistido de educar a mis hijos y centro mis esfuerzos en echarles de casa antes de que crean de verdad que ésta es su casa, y pretendan que seamos su padre y yo quienes nos mudemos; ahora me he planteado que entro en otra etapa de mi vida. (Lo de que he desistido de educarles tengo que explicarlo al detalle, que tiene su miga. Pero eso queda para cuando tenga un rato, y ahora sigo con lo que iba, que si no, pierdo el hilo)

Retomando: que entro en otra etapa de mi vida. Juego con la imaginación: un día me harán abuela. Nada, nada, chicas; ya sé que soy muy joven y estoy estupenda, pero mujeres de mi edad, aunque cueste creerlo, he visto yo con nietos. Me planteo que quizá debiera irme preparando. Que un día también llegará la menopausia. Menopausia, ese concepto lejano, como un viaje lejano a un país lejano. Un día, lejano probablemente, seré una mujer sin regla y sentiré esas cosas inefables de las que las mujeres nunca hablamos en detalle.

Y digo yo, que si las mujeres hablamos de bodas, de embarazos, de partos, de crianzas, de las madres, de las hijas... ¿por qué no nos explayamos con la menopausia? Ahora mismo necesitaría yo una red de blogs de mujeres climatéricas (que bonica m'a quedao esta palabra) para ir conociendo de qué va la vaina. Pero ¡ay, mujeres maduras!, poneros pronto a la tarea, meterle caña, que me parece que preparándome hipotéticamente para una visita futura, me he dado la vuelta y no sé si esa que está sentada tan agustito en mi rincón favorito es mi menopausia. No sé...

O cuento: el caso es que, de repente, es verano. Talmente. Me he pasado el crudo invierno despertándome sudada por las noches y cxxxx en no haber apagado la calefacción dos horas antes. Ahora, que no pongo la calefacción desde hace dos meses, me despierto igualmente acalorada y miro el termómetro: claro, es que a 21 grados no se puede dormir. Lo curioso es que no sé a qué temperatura dormía antes, porque antes nunca jamás lo miraba. Un día, caí en la cuenta de que lo mismo eran “sofocos”. Los hasta ahora temidos sofocos. “Eso” que me daba hasta un poco de pudor preguntarle a una mujer madura abanicándose.

Pues si son sofocos, qué. La verdad es que me importa un pito. Si el verano es lo mejor de la vida... Incluso ahora le han cambiado el nombre y ya no se llaman sofocos, se llaman “Oleadas de poder”. ¡Já!.

Lo que me tiene algo inquieta es una desafortunada frase que rueda por ahí y que suena un poco “feílla”, así como... despectiva. Y no me gustaría vérmela aplicada. Se trata de: “Feminatas desaforadas de pepitilla seca”.

Feminatas. He pensado mucho sobre ello y me ha entrado la duda de que, vamos, no sé, pero igual es posible que en el fondo, fondo, sea una errata. Tiene esto toda la pinta de una errata. En realidad, en lugar de “feminatas” querrá decir “feministas”, digo yo. Si es así, ningún problema. Esta es Pipa, siempre alzando la voz por la igualdad entre hombres y mujeres.

Desaforadas. ¡Ay! Que esto es verdad, que tiendo a exagerar y a ver dramas por todas partes...

Y por último: yo es que soy perspicaz-perspicaz, y, si la pepitilla es lo que yo me malicio, (que a las despistadas ya os lo contaré otro día, que ya sabéis que si me enredo, pierdo el hilo), entonces me hago una idea de a qué mujeres se refiere con lo de la “pepitilla seca”. Porque las únicas a las que he visto anunciando en la tele fluidos para remojarla, son las mismas que toman leche hipercalcificada so pena de ir a parar a las calderas de Pedro Botero, y son sospechosamente identificables (no me digas como, y mira que soy perspicaz-perspicaz) como mujeres menopaúsicas. Y eso no. Feminista, a mucha honra; desaforada, lo tendré que admitir que soy “mú dexagerá”, pero lo de pepitilla seca es de un birria...

Pero no, mira, me he dado cuenta de que este cuerpo garrido y serrano no puede albergar algo tan cursi como una pepitilla. Lo mío tiene otro nombre. Seguro.




sábado, 30 de abril de 2011

¿Quien soy?

Lo más difícil para mí al abrir este blog ha sido ir colocando uno a uno la lista de mis favoritos de la derecha. Creo que la elección me retrata como si hubiera dado unas coordenadas precisas de quién soy: Exactamente ese punto en la confluencia. Y ahora me encuentro al descubierto.

En principio no pretendía hablar de mí misma. Pero no voy a poderlo evitar, porque mi vida es uno de mis temas favoritos (El otro son las vidas ajenas. Y ya) Así que aquí iré desgranando mis cosas, con esa desazón que tenemos las personas suspicaces de que los que nos rodean se enteren de, por ejemplo, si nos comprometemos o no con determinados asuntos. Por eso, mi admiración perpetua a La Nena y a la Mamá Española en Alemania a las que yo imagino con una doble vida: la bloguera y la de la calle. Me encantaría poder ver la cara de la “hippypollas” si alguien le traduce la batalla de naranjas contra cebollas. O la expresión de la Drama-mamá cuando vea ese libro que su hija ha dejado como al descuido sobre la mesa (subtitulado: basado en mi blog).

Algunas páginas las llevo visitando ya muchos años y otras son recién incorporadas; pero todas me tienen enganchada por lo profundas, o por lo divertidas, por lo agudas, porque son necesarias para saber, o porque están llenas de cosas bellas. También me he reservado algo para mí por razones que a nadie cuento. Quiero tener mis secretos, hum, cual mujer misteriosa.

Doy, pues, la bienvenida a todos y todas. Y ahora voy a hablar de mí misma, que tengo muchas cosas que contaros.