domingo, 15 de mayo de 2011

Malas Inclinaciones

Quizá es que soy mujer de malas inclinaciones y me lo he ocultado incluso a mí misma.

A la derecha, los títulos cambiantes de dos o tres páginas de las que tengo enlazadas no hacen más que escupir indecentemente la palabra “feminista” y no sé como taparlas un poco y hacerlas callar, que una cosa es que yo las lea y comparta mucho de lo que dicen, y otra muy diferente es que se vayan dando cuenta por ahí de que soy feminista, que parece que es una cosa muy fea y yo no lo sabía. Lo juro. Juro que yo era ignorante de que para ser feminista hay que ser así de mala.

Me enteré viendo el otro día por casualidad un programa de telebasura. Volvía yo de apuntarme al paro – la verdad es que me vine un puntito decepcionada porque acababan de dar la noticia de los 4 millones novecientos mil y pensé: mira que si al meter mis datos en el ordenador, le salta un mensaje a la funcionaria que dice “es usted el visitante 5 millones y le ha correspondido un viaje a los Fiordos Noruegos” (o las Rías Baixas, tanto me hubiera dado)- Y ya me imaginaba a toda la oficina felicitándome efusivamente, confetti volando, abrazos y lloros de alegría. Pero nada. La funcionaria metió mis datos y lo que dijo fue: “le mandaremos una carta”. Hala; p'a casa.

Por donde iba... En fin, retomando el hilo: Estaba yo haciendo “asín” con el mando, un poco de záping (que yo jamases de los jamases veo realitys) y aterricé tontamente en un canal ignoto; en ese momento tuve que atarme el cordón de la zapatilla, que si no, yo hubiera pasado de largo con el mando; y escuché lo siguiente:

Hombre impresentable: (resumido) por culpa de que mi amante se fue de la lengua, tengo problemas con mi mujer, por lo que reclamo a mi amante una indemnización por daños y perjuicios.

Mujer indignada: ¡Por hombres como tú soy yo feminista!- Huy, me dije, yo, qué interesante, a ver qué tiene que decir (y entonces ya escuché aposta)

Hombre impresentable: Blablabla (ininteligible e interrumpido por la:

Mujer indignada: POR TU CULPA ODIO YO A LOS HOMBRES (así mismo, gritando). Por hombres que blablabla...

Estupor en la sala. En la mía. En la tele siguieron al lío como si tal cosa.

Luego, anuncios. De esos de mujeres: para las que retienen líquidos, para las que los pierden; para las estreñidas, para las (¡ejem!) pedorras; para las gordas, para las gordas; y para que las que, siendo flacas, se sientan gordas.

¡Ah!- me dije yo a mí misma, cuando reaccioné quince minutos después- A ver si no me he enterado yo bien de lo que es el feminismo. Igual me he saltado un capítulo del decálogo de la feminista. El de odiar a los hombres. Yo no sabía que había que odiarles, ¡Con lo que a mí me gustan!. (No se agolpen, caballeros, que ya tengo mis favores comprometidos).

Yo ya tenía mi cosita -cada uno se ata a las supersticiones que elige- cada vez que decía “soy feminista”, me tocaba con disimulo el labio superior por si ya me había salido bigote. Y, por nada del mundo lo repito tres veces seguidas delante de un espejo con una vela encendida, porque te vuelves desaliñada, fea y menopáusica. ¡Ay, señor; ¡que va a ser eso!, un descuido tonto de cualquier tarde aburrida.

A ver, a ver, dónde lo tenía yo. Aquí está. Los mandamientos de la feminista se resumen en dos:
Uno: defender la igualdad en derechos de las mujeres y los hombres
Y dos: defender que sea cada mujer quien decida en su propia vida.

Nada de odios, ni de rebajar a los hombres, ni de despreciarlos. Pero, alma de cántaro -le digo mentalmente a la Mujer Indignada- ¿de dónde has sacado tú que eso que sientes delante del Hombre Impresentable se llama feminismo?

Recobro la cordura. Va a ser que hay gente que oye campanas y no sabe dónde. 

Me temo que esta confusión semántica un día les llevará a esnifarse la sacarina y echar en el café un poco de estricnina. Total, como acaban en lo mismo que cocaína, pues eso. Pensando en el nazismo, ¿supondrán que el humanismo es el intento de exterminar a la humanidad?.

Lo constato: No tengo malas inclinaciones. Lo que hay es mucho despiste. O ignorancia. Mucha.

jueves, 5 de mayo de 2011

Segundo Parto

No, no me refiero a la segunda vez que traje al mundo a una criatura. Me refiero a la segunda vez que hay que desligarse de cada uno de nuestros hijos e hijas. La primera hay que expulsarles de nuestro cuerpo y cortar ese lazo real y físico que nos unía. Para que crezcan, para que aprendan, para que te sonrían desde fuera. La segunda hay que expulsarles de nuestro control y cortar ese lazo real y no físico que nos acorta los movimientos, tanto a ell@s como a nosotras. Para que su propia vida sea suya por completo.

Como decía en la entrada anterior: es una renuncia a educarles. Es reconocer que esa fase, la educación, está terminada, lo que se hizo, se hizo y lo que queda pendiente no es cuenta nuestra. ¿Parece banal? Pues es duro, muy duro. Es doloroso. Hay momentos en que, al igual que en el parto físico, quieres abandonar, desistir, rebobinar al estadio anterior.

Ahora toca mirar como tus hijos hacen cosas que parecen catastróficas y quedarte en tu sitio, sin correr a enseñarles cómo hay que hacerlo, o incluso hacerlo en su lugar. En realidad, sólo quieres volcar toda tu experiencia de la vida, esa que tantas tortas te ha costado, para que tus hij@s no tengan que pasarlo mal. Para que se lleven el trabajo hecho. De repente, el tiempo apremia: están empezando a querer volar por su cuenta. ¿Dónde van? Se lanzan desprotegidos al mundo, dejándose en casa la armadura que minuciosamente les habías construido con tu propia experiencia.

Es descorazonador. Desde lo más cotidiano hasta lo más decisivo, todo nos parece imprescindible: que aprendan a amasar las croquetas con dos cucharas (que tú te has tirado hasta después de los cuarenta pringándote hasta el codo), o que aprendan a conseguir un crédito. Salen a la calle sin mirar si está lloviendo, dejan para el último momento preparar el viaje, el examen, la entrevista. Que pierdan la beca este año, que pierdan el trabajo, que acaben matriculados en unos estudios que no eran con los que soñaban... Pero, pero ¿no les habías estado educando durante años para evitar todo esto? Aún no son mayores de edad y ya no quieren escucharte. Para llorar. Y lloras. Y rabias. Y les montas un pollo y otro. O te lo montan a tí y te quedas alelada (pero si yo sólo le dije...)

Hay momentos, cuando imaginas que un peligro grande les acecha, en que crees que te vas a romper de dolor. Pues ahí tampoco puedes hacer más que retirarte un paso atrás y esperar, si acaso, que te pidan ayuda. A pesar de que crees que tu hijo o tu hija podría incluso morir, y a pesar de que el sólo roce de esa idea te hace enloquecer.

No hablo de fantasmas, sino de cosas reales. La adolescencia es tiempo de jugar en la frontera. De tontear en el límite entre unas copas de más y el coma etílico, de jugar con la moto demasiado cerca del bordillo, de hacerse héroes de la patria, de tener un enamorado que te dice que no puede vivir sin tí y te lo demuestra con gritos cuando hablas con los amigos de la panda, de salvar tu alma en una secta destructiva, de perder el norte, de perderte en una pandilla.

Igual que en el parto físico no sabes qué va a pasar. ¿Y si se tuerce algo en cualquier momento? No es un miedo absurdo: las madres y los hijos mueren en los partos, o sufren lesiones graves. Y en este segundo parto la incertidumbre es similar: tenemos tantas noticias de jóvenes dañados. Y no hay garantías de que todo vaya a salir bien. De hecho, todo saldrá como tenga que salir.

Probablemente muchos de estos peligros no lleguen a materializarse nunca, pero es seguro que nos tocará ver durante años como nuestros hijos se debaten contra las propias luchas de su vida. Exactamente igual que nos ha pasado a nosotros. Es el “si yo hubiera sabido antes...” o “si yo hubiera escuchado a ...”

Podremos estar ahí por si nos llaman. Acompañándoles con todo respeto, igual al que tendríamos con una amiga que se mete en una relación imposible, o en una hipoteca delirante. Y cuidado con dar un consejo no solicitado.

Y ahora quiero decir que esta etapa me parece tan necesaria y tan hermosa para que la vida siga adelante. Creo que las mujeres que hemos dado a luz tenemos la experiencia de saber que el del parto es diferente a cualquier otro sufrimiento. Inaugura un paradigma: el del dolor intenso pero productivo. No creo que haya otra cosa igual. Cualquier otra experiencia de dolor (una lesión, una enfermedad, una pérdida) puede ser reconducida y aprovechada para conseguirnos un bien mayor, sin embargo, en sí no añade nada. Pero en el parto, de por sí, ponemos en marcha la vida. Y yo estoy convencida de que en esta segunda ocasión completamos definitivamente el trabajo.

No he hablado aquí de los padres, que pasan con nosotras las mismas fatigas, a la manera de padre claro está. Como yo soy mujer y sólo puedo hacer suposiciones, mejor que eso lo cuenten ellos mismos, con su propia voz.

Y ahora aviso que yo aún estoy en el proceso, a ver si alguien va a creerse que soy toda una experta.

lunes, 2 de mayo de 2011

La Pepitilla

Ahora que he desistido de educar a mis hijos y centro mis esfuerzos en echarles de casa antes de que crean de verdad que ésta es su casa, y pretendan que seamos su padre y yo quienes nos mudemos; ahora me he planteado que entro en otra etapa de mi vida. (Lo de que he desistido de educarles tengo que explicarlo al detalle, que tiene su miga. Pero eso queda para cuando tenga un rato, y ahora sigo con lo que iba, que si no, pierdo el hilo)

Retomando: que entro en otra etapa de mi vida. Juego con la imaginación: un día me harán abuela. Nada, nada, chicas; ya sé que soy muy joven y estoy estupenda, pero mujeres de mi edad, aunque cueste creerlo, he visto yo con nietos. Me planteo que quizá debiera irme preparando. Que un día también llegará la menopausia. Menopausia, ese concepto lejano, como un viaje lejano a un país lejano. Un día, lejano probablemente, seré una mujer sin regla y sentiré esas cosas inefables de las que las mujeres nunca hablamos en detalle.

Y digo yo, que si las mujeres hablamos de bodas, de embarazos, de partos, de crianzas, de las madres, de las hijas... ¿por qué no nos explayamos con la menopausia? Ahora mismo necesitaría yo una red de blogs de mujeres climatéricas (que bonica m'a quedao esta palabra) para ir conociendo de qué va la vaina. Pero ¡ay, mujeres maduras!, poneros pronto a la tarea, meterle caña, que me parece que preparándome hipotéticamente para una visita futura, me he dado la vuelta y no sé si esa que está sentada tan agustito en mi rincón favorito es mi menopausia. No sé...

O cuento: el caso es que, de repente, es verano. Talmente. Me he pasado el crudo invierno despertándome sudada por las noches y cxxxx en no haber apagado la calefacción dos horas antes. Ahora, que no pongo la calefacción desde hace dos meses, me despierto igualmente acalorada y miro el termómetro: claro, es que a 21 grados no se puede dormir. Lo curioso es que no sé a qué temperatura dormía antes, porque antes nunca jamás lo miraba. Un día, caí en la cuenta de que lo mismo eran “sofocos”. Los hasta ahora temidos sofocos. “Eso” que me daba hasta un poco de pudor preguntarle a una mujer madura abanicándose.

Pues si son sofocos, qué. La verdad es que me importa un pito. Si el verano es lo mejor de la vida... Incluso ahora le han cambiado el nombre y ya no se llaman sofocos, se llaman “Oleadas de poder”. ¡Já!.

Lo que me tiene algo inquieta es una desafortunada frase que rueda por ahí y que suena un poco “feílla”, así como... despectiva. Y no me gustaría vérmela aplicada. Se trata de: “Feminatas desaforadas de pepitilla seca”.

Feminatas. He pensado mucho sobre ello y me ha entrado la duda de que, vamos, no sé, pero igual es posible que en el fondo, fondo, sea una errata. Tiene esto toda la pinta de una errata. En realidad, en lugar de “feminatas” querrá decir “feministas”, digo yo. Si es así, ningún problema. Esta es Pipa, siempre alzando la voz por la igualdad entre hombres y mujeres.

Desaforadas. ¡Ay! Que esto es verdad, que tiendo a exagerar y a ver dramas por todas partes...

Y por último: yo es que soy perspicaz-perspicaz, y, si la pepitilla es lo que yo me malicio, (que a las despistadas ya os lo contaré otro día, que ya sabéis que si me enredo, pierdo el hilo), entonces me hago una idea de a qué mujeres se refiere con lo de la “pepitilla seca”. Porque las únicas a las que he visto anunciando en la tele fluidos para remojarla, son las mismas que toman leche hipercalcificada so pena de ir a parar a las calderas de Pedro Botero, y son sospechosamente identificables (no me digas como, y mira que soy perspicaz-perspicaz) como mujeres menopaúsicas. Y eso no. Feminista, a mucha honra; desaforada, lo tendré que admitir que soy “mú dexagerá”, pero lo de pepitilla seca es de un birria...

Pero no, mira, me he dado cuenta de que este cuerpo garrido y serrano no puede albergar algo tan cursi como una pepitilla. Lo mío tiene otro nombre. Seguro.